Santa Rosa de Lima
Óleo sobre lienzo
110 x 78.5 cm
Finales del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Aunque
fue llamada Rosa por ser muy agraciada, en el bautismo (1586) se le
impuso el nombre de Isabel y, de apellidos, Flores de Oliva. Tras su
muerte (1617) y los procesos de beatificación (1668) y canonización
(1671), es conocida como santa Rosa de Lima, patrona del Perú, de
América y Filipinas y de la jardinería.
Fue
la primera criolla elevada a los altares, pero su ascendencia era
extremeña: su padre, de Baños de Montemayor y su abuela materna, de
Zafra.
Al
profesar como terciaria dominica y mantenerse seglar, habitaba en su
casa, donde construyó un cobertizo en el huerto para retirarse. Allí
llevó una vida marcada por la oración y la meditación, las visiones
místicas y la mortificación y el ascetismo exagerados. Un
comportamiento, tan insólito por su desmesura, que no se entendió bien,
llegando a soportar críticas, reproches y burlas de familiares y vecinos
y el interrogatorio del Santo Oficio.
En
el lienzo, la Santa aparece arrodillada sosteniendo en sus brazos al
Niño Jesús con el orbe, al que contempla extasiada, mientras éste le
ofrece una rosa. Un dorado rompimiento de gloria baña la escena que
evoca una de sus visiones, en la que el Niño se le aparece para tomarla
por esposa mística. La columna toscana y la cortina sitúan el suceso en
un portal, abierto a una rosaleda.
Una
sencilla mesa, a su lado, alude al trabajo manual en el que se
ejercitaba y el libro, a sus lecturas devotas. La disciplina y la corona
de espinas, sobre la toca monjil, a la dura penitencia que seguía. Y
las rosas esparcidas, a las mujeres que, como ella, vivían apartadas del
siglo pero no en comunidad.
Este lienzo, que fue restaurado
durante la campaña de verano de 2015, lo fue gracias a esta Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra, que unió sus escasas fuerzas al Excmo. Ayuntamiento de Zafra y a la Consejería de Cultura del
Gobierno de Extremadura.
El equipo de restauración de la Facultad de Bellas Artes de la
Universidad de Sevilla estuvo dirigido por el
profesor Dr. D. Francisco José Sánchez Concha, quien encomendó especialmente los trabajos de este lienzo a la restauradora María Aguilar.